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Tecnologías y creación en sociedades periféricas


Por Germán Rey

Notas

[1] Me refiero al Museo Interactivo de la Memoria de Montes de María.

[2] En un edificio cuyo arquitecto dice haberlo concebido como ‘una caja de música’.

[3] Sodré, M. (2015). Educación, hegemonía y diversidad. Cátedra UNESCO, Facultad de Comunicación y Lenguaje, Pontificia Universidad Javeriana, p. 9.

[4] La Sierra Nevada de Santa Marta en Colombia es el conjunto montañoso más alto junto al mar del planeta.

[5] Gutiérrez, E. y Pérez, M. (2015), Hallazgos del Laboratorio de Tecnologías y Educación. Bogotá: Pontificia Universidad Javeriana, Centro ÁTICO.

[6] Véase: www.youtube.com/watch?v=UILtBi8Izo0

[7] El proyecto fue promovido y auspiciado por la Secretaría de Educación de Bogotá (2014-2015).

La pregunta por las posibilidades de las nuevas tecnologías en los países llamados ‘de periferia’ es persistente y llena a su vez de otros interrogantes. Se supone -y así lo an los datos- que los lugares virtuales del conocimiento, las innovaciones digitales y la expansión de las redes están privilegiadamente en los centros. Parecería que estamos condenados a otros cien años de soledad, destinados al consumo pero no a la creación.

Pero lo que es más excitante en estos tiempos es observar los usos de Internet y de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) en los centros urbanos de América Latina, como también en zonas aisladas donde incluso es difícil que lleguen por ahora las señales, las redes y los aparatos; usos que muchas veces son verdaderas recreaciones que suelen estar conectadas con contextos y circunstancias sociales que en otras sociedades serían cuanto menos extrañas. He visto procesos de realidad aumentada en escuelas de comunidades semirrurales colombianas y proyectos de memoria digital ligados a las reminiscencias orales de comunidades campesinas en el Caribe colombiano[1].

El Centro ÁTICO

La música es uno de esos espacios de entrecruce entre tecnologías y manifestaciones culturales. Juan Camilo Paulhiac ha mostrado las relaciones entre la champeta, el espectáculo, las formas de creación popular e Internet. En un solo día se integran, en un trabajo de creación colaborativo, las dedicatorias y la transacción económica, emergiendo «las innovaciones estéticas y las innovaciones comerciales en el contexto actual de la transformación de las técnicas de comunicación». Los procesos formales de la creación musical son retados por este movimiento (en todo el sentido de la palabra) que une a los jóvenes con los públicos, los sentimientos con las distribuciones de los afectos. A su vez, las orquestas de salsa, asentadas ahora en Bogotá, existen en la web a través de su exhibición pública mediatizada en la Red.

Pero la experiencia más interesante y reciente la he tenido en el Centro ÁTICO, de la Universidad Javeriana (Bogotá, Colombia), una plataforma multimedial concentrada en un edificio de 9.000 metros cuadrados en donde se encuentran las tecnologías audiovisuales con el diseño, la arquitectura, la ingeniería y la comunicación[2]. Pensado inicialmente como un clásico centro de servicios, muy pronto se vio como un ‘margen’ en el que podían confluir el pensamiento y la memoria, la formación y la experimentación, el emprendimiento y la inclusión social. La educación universitaria, que tradicionalmente es vista desde ‘dentro’, con sus rituales y sus procedimientos cada vez más preocupantemente estandarizados y endogámicos, se volcaba hacia el ‘fuera’, es decir, hacia la ciudad y las realidades de un país complejo y contradictorio. Ese afuera tiene un enorme potencial pedagógico y, sobre todo, de encuentro de las disciplinas con los saberes, de la formación profesional con las prácticas culturales. Incluso ayuda a pensar y a intervenir en el diseño de los apoyos de las tecnologías a los procesos de enseñanza y de aprendizaje de la educación superior.

Lo leí hace poco en un texto del investigador brasileño Muniz Sodré: «En el abordaje contrahegemónico de la diversidad cabe considerar, en primer lugar, que no se trata de convertir lo diverso en el código hegemónico de la tecnología (como deja ver el argumento aislado de la ‘inclusión digital’), sino de integrar ‘ecológicamente’ el universo simbólico de lo diverso en la urbe tecnológica»[3].

Cuando rememoro los potenciales de ÁTICO, observo algunas conexiones que se han podido contrastar en estos años. En primer lugar, la relación entre tecnologías, saberes y experiencias ancestrales. Inauguré el laboratorio Matrix de la Universidad Javeriana con un proyecto que durante años ha involucrado a los indígenas arhuacos, wiwas y kogui de la Sierra Nevada de Santa Marta[4] en la formación y creación de tecnologías audiovisuales; una propuesta alejada de la idea de ‘entrenamiento’ o de ‘capacitación’. Se trató en cambio de una experiencia creativa de intercambio y de búsqueda de conocimiento mutuo, en que las cosmovisiones de unos y otros se ponían a prueba y los aprendizajes tecnológicos se interpelaban desde visiones mucho más integrales y comprehensivas. De ese modo se explica que cuando los indígenas empezaron sus grabaciones del primer documental hecho totalmente por ellos y titulado Resistencia en la línea negra, hicieron un ‘pagamento’ en uno de los sitios ceremoniales presidido por su Mamos, para pagar anticipadamente a la naturaleza los eventuales daños que pudieran ocasionar con su trabajo audiovisual. De esa manera conectaban inmediatamente el aparato y su incidencia creativa con la naturaleza, unas conexiones que están prácticamente desaparecidas en los circuitos formales de la producción comercial.

También fue muy interesante, en segundo lugar, el diálogo entre educación y tecnologías. Habitualmente se retrae esta relación al nexo funcional e instrumental, ya sea para servir de soporte al diseño de contenidos que proveen las fuentes de conocimiento (textos, profesores), para facilitar la circulación de la información por las redes hasta sus potenciales consumidores o para administrar plataformas y otros recursos que permitan la participación de las comunidades formativas. El mismo Muniz Sodré (p. 10) afirma que «Una educación compatible con la diversidad cultural y con el sensorium afín a la novísima tecnología de la información y de la comunicación no será aquella pautada exclusivamente por el uso instrumental de los medios de comunicación y/o de los objetos técnicos avanzados -es decir, lo que importa no es únicamente la diversidad de contenidos culturales a ser accionados- y sí la comunicación que incorpore pedagógicamente la dimensión del sentir, la misma que conforma el mundo vital».

Los portales del conocimiento

Estas tensiones las observé de variadas formas, ya sea a través de las comprensiones que la academia aún tiene, de las extrañezas que los productores de conocimiento perciben en el mundo digital o de las potencialidades que existen en otros modos de relación entre los retos educativos y las tecnologías. Me interesan mucho más estos últimos. Por ello en ÁTICO se construyeron ‘portales de conocimiento’, se generó un laboratorio en que los protagonistas no fueran los aparatos sino los niños y las niñas y se coordinó un proyecto (C4), una propuesta de integración, en colegios públicos de Bogotá, de ciencia, artes y tecnologías.

Los ‘portales del conocimiento’ son sitios de producción y circulación de conocimiento locales en espacios más globales. Uno de los bloqueos más persistentes en las industrias culturales regionales es precisamente este que impide que la creación nacional se intercambie activamente.

Por ello en ÁTICO se creó GeoATICO, un portal sobre viajes y viajeros naturalistas por Colombia; Pensadores.co, sobre pensadores colombianos del siglo XX, y Maguaré, un portal interactivo realizado con el Ministerio de Cultura de Colombia sobre patrimonio inmaterial dirigido a los niños y las niñas.

El Laboratorio de Tecnologías y Educación es una propuesta de investigación de la apropiación por parte de niños de escuelas públicas de Bogotá, inicialmente de tabletas. El desarrollo del Laboratorio ha mostrado la participación de las TIC en los procesos de autoaprendizaje y aprendizaje entre pares, el estímulo de dinámicas de colaboración, la ruptura de las asimetría maestro-alumno, los nexos entre tecnologías, prácticas y perspectivas pedagógicas (tiempos, rutinas y ritmos escolares), las proximidades entre juego y tecnologías y el aporte de las tecnologías a las producciones creativas de los niños y la intervención de las tecnologías en los modos cooperativos para solucionar retos de aprendizaje[5]. El proyecto C4[6] es un intento de conectar la práctica de las artes con la innovación tecnológica y el aprendizaje de las ciencias en los planes educativos de los colegios públicos de Bogotá[7].

Es muy sugestivo constatar que un laboratorio como este tiene una gran cantidad de posibilidades de cara a los nuevos diseños pedagógicos, la interacción con las disciplinas, la construcción de material educativo, la vinculación con procesos sociales, arte y ciencia, el diálogo con los saberes ancestrales, la circulación y la creación simbólicas en sociedades en las que Internet y las nuevas tecnologías aún pisan las tierras movedizas de las desigualdades y el aislamiento.

¿Qué distancia existe entre Messaien y la música del porro, entre la champeta y el conocimiento, entre los cantos de los niños en Maguaré y una escuela en una región campesina de Colombia, la ausencia de Internet y los saberes sobre astronomía de sus padres? ¿Qué increíbles laberintos unen la música para computadores de John Chowning, el registro de la memoria audiovisual y el transmedia?

Es el tipo de preocupaciones y de vínculos que nos planteamos sobre la creación y las tecnologías en las periferias.

Artículo extraído del nº 103 de la revista en papel Telos

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