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Reflexiones desde América Latina


Por Gloria Bonder

América Latina, una región de grandes contrastes, profundas desigualdades, una amplia diversidad cultural que insiste en reclamar su reconocimiento, una búsqueda constante para perfilar un camino de convergencia y crecimiento que confronte la pobreza, la exclusión y la subordinación a modelos impuestos con el cumplimiento de los derechos ciudadanos y la distribución equitativa de las oportunidades, dando cabida y valor a las características singulares de su complejo tejido social. En suma, un ámbito que en una fase histórica de aceleradas y sorprendentes transformaciones se mantiene en estado de vigilia para ir conformando sus visiones acerca del desarrollo, en diálogo con un proceso de globalización dinamizado por la expansión de las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) y sacudido por crisis económicas y políticas que demuestran que el parto de un cambio de época no es posible sin las contracciones y pujas que muchas veces conllevan dolores e incertidumbres.

Se dice que es la región más desigual del mundo en términos de distribución de la riqueza, más aun que África, fenómeno que se manifiesta a su vez con diferencias según los países y en el interior de cada uno.

Desarrollo versus desigualdad

Este panorama heterogéneo se verifica en el Índice de Desarrollo Humano (IDH): solo dos países latinoamericanos figuran entre los de IDH muy alto en el mundo (Chile, en el puesto 44 y Argentina, en el 45), un número significativo en las categorías altas y medias; y solo uno en la más baja (Haití, puesto 158).

Al comparar estos datos con el Índice de Desigualdad de Género (IDG) que promedia tres dimensiones (salud reproductiva, empoderamiento y mercado laboral), se observa que a mayor desarrollo humano, más igualdad de género. Cuba es el mejor posicionado (puesto 58) y le siguen muy de cerca Argentina (en el 67) y Chile, en el 68. El IDG más bajo lo consigna Haití, ubicada en la posición 133.

Pero estos datos promedio necesitan ponderarse con otros determinantes. Así las desigualdades de género se manifiestan con mayor crudeza cuando se relacionan con la condiciones socioeconómicas, culturales, el nivel de institucionalidad democrática de los países, la pertenencia a grupos étnicos, el lugar de residencia urbano o rural, entre otros aspectos que condicionan expectativas, oportunidades y estilos de vida e inciden en el acceso a las TIC y, sobre todo, en el modo en que los distintos grupos sociales aprovechan las tecnologías existentes, el ritmo y los posibles techos que algunos no pueden traspasar en relación a las innovaciones y a su participación en la generación de contenidos y desarrollos tecnológicos.

En consecuencia, conformar en América Latina una Sociedad de la Información (SI) inclusiva, participativa y con igualdad de género requiere de un abordaje que interrelacione de manera creativa y prospectiva las potencialidades transformadoras de las TIC con otros recursos esenciales para alcanzar la igualdad social y de género: la autonomía económica, la ampliación de las oportunidades, el reparto igualitario de las responsabilidades del cuidado, el conocimiento de los derechos y el ejercicio de la ciudadanía tanto en el mundo ‘real’ como en el digital y la integración desde la misma visión y construcción de este entorno de sectores históricamente excluidos, silenciados u objetivados.

Las estrategias que se orientan en esta dirección favorecen que las mujeres y otros grupos se apropien de las TIC, es decir, que las invistan con sentido para sus vidas presentes y futuras y se vinculen con ellas de forma inteligente, reflexiva, analítica y productiva para el desarrollo personal y de su comunidad.

A partir de la segunda mitad de la década de 1990 se aceleró la expansión de las TIC en la región a través la incorporación de computadoras y acceso a Internet en los lugares de trabajo y más adelante en los hogares y lugares públicos. En años recientes se produce la llamada revolución de la telefonía móvil y el desarrollo de nuevos servicios y aplicaciones electrónicas. Según la CEPAL esta ola sorprendió a los gobiernos latinoamericanos, que optaron por políticas de masificación del acceso a estas tecnologías: «Primó un enfoque de desarrollo de las TIC sobre el desarrollo sustentado en estas tecnologías»(1). Tampoco se incluyeron en ese momento consideraciones sobre la igualdad de género, situación que no se ha modificado sustancialmente hasta ahora en la mayoría de los países, ni se traduce en acciones efectivas.

A mediados del año 2000, la mayoría de los debates regionales se concentraron en iluminar la llamada ‘brecha digital de género’, aludiendo a la desigualdad entre varones y mujeres en el acceso (equipamiento, tipo de conectividad y destrezas básicas para su utilización, entre las más citadas).

Con posterioridad, y a medida que esta brecha se ha ido achicando o incluso cerrando, en particular con determinados grupos de mujeres, ganó consenso la propuesta de abordar las brechas digitales de género (en plural).

Así fue quedando en claro que la solución al ‘problema’ de la participación de las mujeres en la SI no se limita a brindarles acceso público e incluso gratuito a las herramientas tecnológicas, ni basta con ‘alfabetizarlas’ digitalmente.

Se necesitan iniciativas ambiciosas

La accesibilidad a las TIC se ha ido expandiendo a gran velocidad en casi todos los países de Latinoamérica, incluso en zonas deprimidas económicamente. Ello obedece a la propia dinámica del mercado que ha favorecido el abaratamiento de algunas tecnologías, por ejemplo los móviles, la expansión de la Banda Ancha, entre otros factores; y también la multiplicación de puntos de acceso público (como telecentros o cibercafés), aun en localidades pequeñas urbanas y rurales.

Por tanto, sin descuidar que la universalización del acceso a estos bienes públicos no ha concluido, las cuestiones que reclaman nuestra atención en América Latina pasan sobre todo por reducir la desigualdad en la calidad de equipamiento y conectividad de los que disponen mujeres y varones de diversos sectores; la ampliación y significatividad de los usos (frecuencia, lugar, fines y beneficios); el idioma y el lenguaje dominante en la Red y sus efectos excluyentes; los e-contenidos y las representaciones imaginarias y los estereotipos que se trasmiten de manera explícita o sutil y su incidencia en la subjetivación de ambos géneros; la presencia de determinados intereses, estilos discursivos y estéticos con pretensión de hegemonía cultural; las limitaciones de la educación científico-tecnológica que se brinda a lo largo de todo el ciclo educativo y su incidencia en la motivación de las mujeres para dedicarse y progresar en profesiones vinculadas a este campo.

Las desigualdades de género en los entornos tecnológicos van cambiando a distintas velocidades al ritmo de innovaciones como la Web 2.0 y otros facilitadores ‘meta tecnológicos’ que incentivan formas de pensarse y pensar la realidad y expresar los puntos de vista. En verdad, como dice Brunner(2), las TIC no son una caja de herramientas neutrales, generan entornos socioculturales que están transformando nuestra manera de comunicarnos, trabajar, pensar, acceder a información, relacionarnos, entretenernos, organizar el poder y las burocracias, crear relatos e ideologías sobre su misma ‘naturaleza’ y función en la sociedad, convocar a la acción colectiva, abrir canales para las producciones artísticas y hacer circular poderes y deseos.

Sin embargo, y todavía mientras más personas se incluyen, la mayoría queda limitada al papel de consumidoras de productos que portan determinados valores y sesgos y a usos restringidos, que aunque brinden satisfacciones y aportes de información, aún no alcanzan para que las mujeres y grupos de varones actúen en estos entornos como ciudadanas/os con derechos y demandas de desarrollos tecnológicos que den respuestas a las problemáticas derivadas de su condición de género en su sociedad, al tiempo que reflejen sus sensibilidades e intereses.

La SI en América Latina es todavía un campo de experimentación a tiempo para incorporar el talento y la capacidad propositiva y creativa de la diversidad de sus mujeres y varones. Para que ello ocurra es necesario incentivar sus capacidades analíticas, reflexivas, visionarias, las destrezas para la innovación tecnológica y la defensa de sus derechos a ser parte de las decisiones sobre el desarrollo de este campo, tanto en las políticas como las empresas, la educación y todas las instituciones intervinientes.

Algunas experiencias en curso demuestran la necesidad de abandonar una práctica habitual que consiste en realizar una sumatoria de iniciativas en general aisladas, repetitivas y muchas veces de corta duración. En lugar de ello se trata de asumir la osadía de inventar iniciativas ambiciosas en su alcance y sistémicas en su concepción que saquen lo mejor de las herramientas tecnológicas y los productos de conocimiento (en especial los que vinculan al campo de género y TIC) que producen la universidad, las empresas, la sociedad civil, el Estado y las redes sociales.

Ingresar en el ciberespacio y manejarlo con cierta habilidad es solo una pequeña parte del territorio que el feminismo pretende. Como en otros espacios, no se trata de asimilarse o incluirse, sino de transformar los núcleos de poder y discriminación que atraviesan también el mundo digital.

Notas

(1) Guerra, M. y Jordan, V. (2010). Políticas públicas de Sociedad de la Información en América Latina: ¿Una misma visión? Santiago de Chile: CEPAL; Naciones Unidas; Unión Europea.

(2) Brunner, J. (2012). Prospectiva de las políticas TIC en educación. Mesa redonda realizada en la CEPAL. Santiago de Chile.

 

Artículo extraído del nº 92 de la revista en papel Telos

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