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Repensar la agenda de investigación en la academia globalizada


Por Silvio Waisbord

Se abordan las relaciones entre la política y el ejercicio periodístico, influidas tanto por los cambios producidos en el terreno político como en los propios sistemas de medios, para después exponer las principales tendencias o líneas de investigación desarrolladas en el ámbito de la comunicación política. El autor también plantea nuevos desafíos formativos surgidos como producto de las tendencias actuales en la comunicación y alienta al desarrollo de la investigación comparada.

Mi interés en este artículo es el de plantear una serie de preguntas para la investigación sobre periodismo y política. Pongo el énfasis en una agenda que fundamentalmente compete a preguntas en el contexto de las democracias europeas. Además, por interés personal a partir de mi lectura sobre los desafíos más interesantes en el campo, enfatizo preguntas y enfoques institucionales y dimensiones normativas sobre la comunicación política.

El peso de los contextos nacionales

Es difícil proponer una agenda común que sea igualmente relevante para académicos en diferentes partes del mundo y sería un intolerable acto de soberbia pretender que hay un manojo definitivo de preguntas con validez universal. A pesar de la globalización de la Academia, vale decir, de la mayor interconexión entre académicos facilitada por encuentros internacionales y redes de estudio, las agendas de investigación continúan marcadas por desarrollos locales. Aun en épocas en las que la globalización impulsa procesos similares en la política, la economía y los sistemas de medios, las dinámicas político-comunicacionales propias de espacios nacionales siguen teniendo decisiva importancia.

Si repasamos los temas que suscitan interés de estudio fuera de Estados Unidos y Europa, comprobamos tanto esta dinámica como la imposibilidad de sustraer el interés académico de cuestiones propias ligadas dentro de las fronteras del Estado. Por ejemplo, el rol de la religión en las normas periodísticas, los problemas a los que se enfrenta la práctica periodística en países con Estados débiles, la apertura de nuevos espacios digitales de comunicación en países con regímenes autoritarios, los desafíos del patrimonialismo para la democratización de los medios o el ejercicio de la censura oficial y la extendida autocensura en las redacciones son temas que atraen atención en el resto del mundo y que están ausentes en las democracias establecidas.

Estos fenómenos reflejan procesos políticos y comunicacionales particulares. Reconocer la importancia de estos vínculos entre lo académico y lo local no implica minimizar la importancia de ligar el análisis empírico con cuestiones teóricas amplias para cultivar debates trasnacionales y perspectivas cosmopolitas.

Aquí creo que el campo de estudio de la política, la comunicación y el periodismo tiene una deuda pendiente. Históricamente, la agenda fundacional sobre propaganda y opinión pública (Katz y Lazarsfeld, 1955) estuvo marcada no solo por encuadres teóricos desarrollados en EEUU, sino también por problemas empíricos considerados relevantes en el contexto de la interacción entre medios y política en la posguerra. Lo mismo podría decirse sobre la impronta de estudios originarios en el Reino Unido donde, más allá del interés por construir un campo de conocimiento particular y desarrollar un bagaje conceptual teórico, los temas de discusión, como el estado de la radiodifusión pública, los vínculos entre partidos y prensa, las normas periodísticas vigentes y la cobertura de temas sociales (como el crimen y el racismo) reflejaban preocupaciones particulares de los académicos sobre la política británica de las décadas de 1960 y 1970.

Conclusiones similares se aplican a la investigación sobre comunicación y política en otras democracias europeas, donde innegablemente los temas de estudio estuvieron determinados largamente por sucesos particulares más que por preguntas teóricas o debates significativos más allá de las fronteras nacionales. Simultáneamente, el desarrollo de la investigación fuera de Occidente mostró rasgos similares, ya que situaciones propias de determinados sistemas políticos-comunicacionales, ya sean procesos de democratización o autoritarismo o la comercialización de los medios, afectaban notablemente a la agenda de estudio.

Cabe resaltar dos consecuencias de esta particular formación y consolidación de un campo interdisciplinario e internacional de estudio: el dominio de debates teóricos anclados en las academias estadounidenses y británicas, las cuales a su vez reflejaban preguntas empíricas propias de esos países, y la presencia de agendas de investigación paralelas mas allá de ocasionales referencias a trabajos que expresaban debates (tales como los medios y la sociedad de masas, la influencia de la opinión pública, la cobertura periodística de guerra y movimientos de protesta, el surgimiento e impacto de normas periodísticas) particulares de la Academia norteamericana.

Es innegable que la maduración del estudio de la comunicación política en las últimas décadas refleja un creciente interés por tender puentes de investigación que discutan problemáticas teóricas relevantes más allá de las particularidades de casos nacionales. Aquí radica un aspecto valioso del trabajo reciente: discutir la aplicabilidad y la capacidad de generalización de conceptos y argumentos desarrollados en contextos particulares. Tal línea de estudio es la que propongo continuar, con el objetivo de mitigar el paralelismo de debates internacionales y de cuestionar la equivocación de asumir que conclusiones surgidas de casos particulares son suficientemente relevantes o consistentes en términos teóricos. Este espíritu de cotejar proposiciones empíricas y teóricas considerando experiencias locales y nacionales debe guiar la investigación de temas fundamentales en un escenario político-comunicacional sujeto a profundas transformaciones.

Un cambiante escenario comunicacional-político

No hay duda de que estas transformaciones, tanto en el periodismo como en la política y sus vínculos, han motivado varias preguntas que están en el centro de la investigación contemporánea. Por más trillado que suene, es preciso recordar que estamos atravesando inusitados cambios, tanto en los sistemas de medios como políticos. El objeto mismo de estudio está variando debido a las transformaciones actuales en el periodismo y la comunicación ciudadana. Para evitar caer en lugares comunes, es preciso identificar con precisión el tipo de cambios y su significado, con el objetivo de entender procesos y dinámicas centrales en la comunicación política actual.

Mucho se ha discutido recientemente sobre la presente situación del periodismo (Allan, 2006; Tumber y Zelizer, 2009), que se describe a rasgos generales como un momento de incertidumbre y enormes cambios. Algunos observadores pronostican el fin del modelo de periodismo que se consolidó durante el siglo XX, ya sea en sus variantes comerciales o de radiodifusión pública (Hallin, 1992; Henry, 2007; Meyer, 2004); e incluso algunos han pronosticado sociedades del posperiodismo (Altheide y Snow, 1991). En términos menos apocalípticos, otros estudios analizan la crisis irremediable de la práctica periodística y de su lugar en la esfera pública.

Si bien tales conclusiones dan apropiada cuenta de los cambios en curso, es preciso recordar que el periodismo siempre ha estado en crisis, si por ello entendemos en permanente transición, afectado por cambios en la sociedad, la economía, la cultura y la política. La idea de un periodismo estable, sin motivaciones de cambios, no describe la permanente turbulencia que lo caracteriza. Sería incorrecto minimizar los actuales desarrollos que, ciertamente, desafían el lugar central que ha tenido la mediatización de la comunicación política en las sociedades modernas.

No hay duda de que los modelos de periodismo consolidados durante el siglo pasado hoy están en cuestión y sujetos a procesos intensos de cambio. Sin embargo, es preciso reconocer que, como institución, el periodismo siempre estuvo sujeto a influencias externas. Jamás existió aislado de tendencias en campos externos sino, que, por el contrario, estuvo en cercanía constante con las grandes transformaciones de la sociedad. Precisamente porque la autonomía de la prensa y el periodismo siempre estuvieron en cuestión, ambas instituciones fueron susceptibles de cambios.

Al mismo tiempo, se habla de la crisis de la comunicación política, en parte debido a la desestabilización de las relaciones entre tres actores claves: política, periodismo y ciudadanía. Una transformación notable es el progresivo desmantelamiento del orden comunicativo-político estructurado alrededor de la televisión y la prensa de élite (Gurevitch, Coleman y Blumler, 2009). El auge del periodismo negativo, la cobertura de la política como simple competencia entre individuos y partidos, la rivalidad entre políticos y periodistas para determinar las condiciones que dan visibilidad a la política, el surgimiento de nuevas formas de comunicación política asociado a constantes innovaciones tecnológicas, la fragmentación de identidades políticas y la consolidación de una cultura escéptica hacia la política tipifican el panorama contemporáneo en las democracias occidentales (Blumler y Coleman, 2010; Stanyer, 2007).

Estos cambios no pueden ser entendidos fuera de transformaciones económicas y tecnológicas que subyacen a la reestructuración de los vínculos entre periodismo y política. El modelo tradicional de financiación de la prensa, especialmente en EEUU, está en cuestión. Después de décadas de ganancias superiores a los márgenes históricos, lo cual fue posible en virtud de posiciones monopólicas en mercados locales y del paulatino desguace de recursos humanos y financieros (McManus, 1994; Underwood, 1993), la situación cambió notablemente en pocos años. El surgimiento de plataformas digitales abrió nuevas posibilidades para los anunciantes tradicionales de diarios locales y regionales y modificó notablemente los flujos publicitarios. La prensa escrita ya no controla, especialmente a nivel local, las vías de acceso de la publicidad a los consumidores. La migración de anunciantes a varios sitios no solo disminuyó las ganancias de las empresas, sino que puso en jaque la dinámica de subsidios cruzados que históricamente había permitido que la publicidad de los grandes anunciantes ‘financiara’ la cobertura política.

Por otra parte, las transformaciones tecnológicas presentan oportunidades y desafíos al periodismo. De un lado, recientes innovaciones ofrecen recursos para hacer un periodismo diferente, más ambicioso, más completo, que no está tan sujeto a restricciones tecnológicas y económicas. La combinación de palabra escrita, vídeo y audio, la hibridación de géneros y estilos, la expansión del espacio disponible, la posibilidad de ofrecer innumerables fuentes y documentos o el fácil acceso a información ilimitada son algunas de las variaciones que permiten un periodismo distinto. Por otra parte, la prensa ya no ocupa un lugar exclusivo como mediador de información en la esfera pública, debido a la consolidación de nuevas formas de comunicación que conectan públicos con políticos por fuera de la prensa. No solo hay procesos de ‘desmediatización’, sino también de fragmentación y proliferación de públicos a medida que se expanden las plataformas tecnológicas, particularmente con el crecimiento del uso de Internet.

No sorprende entonces que, en el contexto de variados cambios, surjan múltiples temas de investigación y prioridades académicas en el estudio de la prensa/política y la comunicación política. No hay una agenda única de investigación o un elenco de preguntas que dominen el interés académico. No hay un tronco común de preguntas empíricas o debates teóricos que guíen la investigación contemporánea. Hay debates paralelos sobre fenómenos vinculados pero diferentes que reflejan estas transformaciones.

En parte, esta pluralidad se explica por dos razones: el carácter interdisciplinario del campo de estudio y la centralidad de preguntas empíricas enraizadas en los contextos periodísticos-políticos particulares de países y regiones. Tal diversidad explica tanto la fertilidad de preguntas teóricas y abordajes metodológicos como la situación propia de Babel, de dispersión y confusión semántica y discusiones paralelas.

Transiciones en los vínculos periodismo-política

Existen dos transiciones en la comunicación política: una se refiere a los cambios de los vínculos del periodismo con los partidos políticos y otras fuerzas organizadas; la otra transición es la relación entre periodismo y ciudadanía.

Es difícil caracterizar los cambios en la relación periodismo-política en términos generales, ya que están condicionados por contextos específicos. Más allá de posibles similitudes, los cambios recientes en Europa, EEUU y el resto del mundo no son comparables. Durante las últimas décadas, la relación periodismo-política en Europa se ha analizado en términos de la disminución del paralelismo entre ambas instituciones. El abandono o creciente debilidad de los lazos orgánicos que históricamente mantuvieron la prensa y los partidos políticos y la consolidación de identificaciones editoriales con campos ideológicos suprapartidarios son rasgos dominantes del mapa comunicacional en la región.

Esta transición ofrece diferentes dimensiones con distinta intensidad en diversos países: ha tenido mayor intensidad en los países de sistemas de medios ‘liberales’ y ‘democrático-corporativos’, según la tipología de Hallin y Mancini (2004), que en países con tradición más fuerte de prensa partidaria y política polarizada. Este debilitamiento de vínculos institucionales sucedió paralelamente al resquebrajamiento de identidades partidarias, la creciente comercialización de la prensa y la consolidación de sistemas privados de radiodifusión.

Por otra parte, en Estados Unidos, donde los lazos institucionales entre prensa y partidos son débiles, el periodismo sustentado en los ideales de objetividad y neutralidad que dominara el imaginario y la práctica de la prensa hegemónica parece no ocupar ya el mismo lugar central, dominando sin competencia o alternativas la escena político-comunicacional.

El ascenso del periodismo ideológico que no intenta trazar divisiones claras entre líneas editoriales e informativas en televisión por cable e Internet ofrece alternativas. Si bien este periodismo ostensiblemente ideológico no ha derrumbado la importancia del periodismo que permanece fiel a los ideales de neutralidad partidaria y ecuanimidad, ciertamente amplió las ofertas noticiosas con significativo impacto en los hábitos de consumo y la opinión pública.

Aunque hay diferencias notables en las prioridades de investigación, marcadas por diferentes circunstancias políticas y desarrollos específicos a nivel nacional, es importante enfatizar tendencias globales en la relación periodismo-política. Las más descollantes son los cambios en la cultura profesional del periodismo y la mediatización y profesionalización de la política.

Estudios recientes muestran la convergencia alrededor de criterios similares que definen la noticia diaria en el periodismo mundial. La cobertura focalizada en ‘eventos’ y ‘anclajes’ informativos, la notable reducción temporal del ciclo noticioso, el énfasis puesto sobre personas convencionalmente entendidas como ‘hacedores de noticias’ (desde líderes de gobierno hasta celebridades), conflictos, y sucesos espectaculares, son tendencias que reflejan una coincidencia de criterios periodísticos. Es incorrecto, sin embargo, inferir que tal convergencia de valores profesionales lleve a una absoluta homogeneización de la información. Como demuestran varios estudios, los ángulos locales y nacionales siguen primando en la selección y contextualización de la información sobre temas regionales (Lecheler, 2008; Nossek y Berkowitz, 2006) y globales (Eide, Kunelius, y Kumpu, 2010; Kunelius, Phillips y Eide, 2009). Este proceso sugiere la simultaneidad de procesos de homogeneización y diferenciación en la práctica periodística.

Por otra parte, la persistencia de interés local y nacional en la información sugiere la importancia de criterios de proximidad geográfica y cultural y formas de realización de imaginarios comunitarios en épocas de globalización.

Simultáneamente, la mediatización (Bennett y Entman, 2001; Stromback, 2008) se refiere a varios procesos: la influencia de los medios en la información, la independencia de los medios frente a otras instituciones, el predominio de una lógica mediática en la política y la importancia de los medios en las decisiones y acciones de actores políticos (Walgrave, 2008).

Una cuestión central en este debate es si la política conserva autonomía frente a los medios o si estos últimos dominan la acción política. Mas allá de la autonomía o de influencias mutuas, se reconoce ampliamente que la política contemporánea se ha adaptado a las condiciones de los medios.

Una de estas adaptaciones es la profesionalización de la política (Lilleker y Negrine, 2002), que alude a la utilización de estrategias de comunicación y a la especialización de formas de interacción desde la política hacia los medios, y específicamente, el periodismo. Tales estrategias incluyen la utilización de especialistas y herramientas del marketing político, a efectos de garantizar visibilidad y cobertura positiva. La producción de información de acuerdo con los intereses particulares de los medios, la espectacularización de las apariciones públicas de los políticos, la producción de información y de hechos noticiosos adecuados a las expectativas de las redacciones ejemplifican esta tendencia. Tales estrategias no son exclusivamente visibles durante competencias electorales, sino que crecientemente son utilizadas en el manejo cotidiano de la información desde la política.

Dentro de estas tendencias, las relaciones entre periodismo y política no pueden ser caracterizadas en términos simples. No hay dominio absoluto ni de la política ni del periodismo. No son relaciones que simplemente encajan modelos de dominio por parte de altas fuentes políticas, que actúan como definidores primarios e inevitablemente dominan la cobertura.

Los vínculos entre periodismo y política no pueden entenderse simplemente en términos de dominio o absorción de un campo sobre otro. Por cada ejemplo que muestra el dominio de la política sobre la prensa en imponer su propia lógica y dirigir la cobertura periodística (Green-Pedersen y Stubager, 2010; Adam y Eschner, 20081), otra evidencia muestra la primacía de criterios y cobertura periodística en la política (Vliegenthart y Walgrave, 2010; Van Noije, Kleinnijenhuis y Oegema, 2008). Las relaciones entre periodismo y política adquieren diferentes características según circunstancias variantes, ya sea de negociación, desconfianza, cinismo (Brants, de Vreese, Möller y van Praag, 2010) y colaboración. Estas dinámicas reflejan la tensión permanente entre campos que intentan conservar su autonomía e imponer sus propias reglas.

Este ‘tira y afloja’ entre el periodismo y la política se manifiesta en la cobertura noticiosa. Si bien hay ejemplos que muestran la decisiva influencia de las élites en la cobertura de temas fundamentales de la política contemporánea (Bennett, Lawrence y Livingston, 2007), otros ejemplos sugieren que es difícil concluir que indefectiblemente la cobertura periodística es homogénea y domina por perspectivas unificadas de las élites políticas. Cualquier generalización puede ser cuestionada con contra-ejemplos que muestran matices en las relaciones; un cúmulo de variables que explican las características de la cobertura política: la posición de los funcionarios públicos, las simpatías editoriales, las expectativas periodísticas de noticiabilidad, la habilidad de los equipos de prensa de los políticos, el grado de consenso o disenso entre parlamentarios sobre temas específicos de política internacional y nacional, la composición partidaria del Parlamento y el atractivo personal de los políticos.

Esta línea de investigación confirma que la presencia de disensos entre élites políticas con poder de noticiabilidad posibilita una mayor diversidad de perspectivas en la cobertura. Por el contrario, la ausencia de disenso reduce las posibilidades de que el periodismo, largamente sujeto a reportar las acciones y pronunciamientos de funcionarios encumbrados, ofrezca una amplia gama de temas y perspectivas. Por otra parte, la existencia de sistemas parlamentarios favorece estructuralmente la presencia de una cobertura más matizada en comparación con sistemas presidencialistas que privilegian las posiciones del poder ejecutivo.

Las habilidades de los políticos para generar información que encaje con la ‘lógica mediática’ interesada en eventos noticiosos e información que sean fáciles de cubrir y accesible al gran público, incrementan las posibilidades de colocar temas y posturas.

Reconocer estas dinámicas no implica ignorar el poder de las élites políticas para influenciar tanto la agenda temática como los marcos específicos utilizados para presentar la información. A pesar de que hay casos que muestran que ciudadanos y grupos organizados de la sociedad civil pueden exitosamente influenciar la cobertura de temas específicos, estas son excepcionales en relación a las dinámicas habituales que privilegian el rol de las élites políticas. La complejidad de factores sugiere la necesidad de modelos teóricos complejos que presten atención minuciosa a ciclos noticiosos y la influencia de múltiples causas en la evolución y características de la cobertura periodística.

Periodismo y ciudadanía

La otra transición se refiere a los cambios en la relación entre periodismo y públicos. Mucho se ha dicho y especulado al respecto (Brants y de Haan, 2010). Se puede entender el debate sobre el poder de la ciudadanía en torno a dos ejes: como consumidor y como productor de información frente al periodismo.

Como consumidor, el mayor peso de consideraciones comerciales en las decisiones de la prensa explica la proclividad del periodismo, incluido el de la radiodifusión pública, a producir contenidos que atraigan grandes audiencias. El creciente interés del periodismo por ofrecer información sobre espectáculo, deportes y celebridades, optar por formatos sensacionalistas en la cobertura de accidentes, tragedias y seguridad pública y cubrir temas de consumo responde a las crecientes presiones por atraer públicos. Esto es particularmente evidente en plataformas digitales comerciales, donde manda el objetivo de incrementar el tráfico de audiencias constantemente.

La existencia de herramientas para calibrar perfectamente tanto el interés como los parámetros de uso de los contenidos digitales, recursos que permiten una mayor rigurosidad que las metodologías convencionales de medición de rating de la televisión comercial, permite ajustar el tipo de información a las preferencias de los usuarios.

Esta situación confirma el principio del periodismo popular de brindar al público la información que desea y que encaje con sus diversas preferencias políticas, culturales, económicas y convicciones preexistentes. En vez de ofrecer información que permita entrar en contacto con mundos e historias desconocidas, que cuestione las certezas de la audiencia o informe sobre políticas públicas que afectan a su vida (particularmente sus aspectos mas áridos de comprender), el periodismo se inclina por producir noticias de consumo rápido y contenidos fácilmente accesibles y digeribles.

La primacía de la información como entretenimiento no solo refleja los intereses comerciales tanto de los anunciantes como de las empresas, sino también las apetencias del público, quien ejerce directamente mayor influencia al privilegiar ciertos contenidos sobre otros. La supuesta racionalidad e interés en lo público de la ciudadanía que subyace al ideal del periodismo moderno se da de bruces contra las preferencias públicas por contenidos que apelen a la emoción y a la vida privada. El populismo periodístico no encaja con la visión moderna de la prensa de élite, sustentada en visiones según las cuales la ciudadanía está o debe estar interesada en lo público y requiere información adecuada para efectivamente participar en la esfera pública. Es difícil demostrar que estas preferencias por tipos de información han cambiado en las últimas décadas y es equivocado sugerir que los públicos contemporáneos están mas interesados en información liviana y desconectada de la vida pública y de las políticas públicas que en el pasado.

Frente a la visión del público ‘consumidor’ como proclive a una información escasamente vinculada con la vida pública en democracia existe el imaginario inverso, según el cual la ciudadanía actúa como productor de información y es protagonista en la cuestión pública. Según esta posición, los públicos han ganado nuevas posibilidades de generar y diseminar información que permiten reconectar a la ciudadanía entre sí y con la política.

La disminución de las barreras de acceso a los medios mediante innovaciones tecnológicas y el abaratamiento de costes de equipamiento permitió que los ciudadanos, que históricamente tuvieron severas limitaciones para producir información y llegar a públicos numerosos, pudieran convertirse en generadores de noticias, información y opinión (Allan y Thorsen, 2009). La Web 2.0, con la proliferación de blogs y redes sociales digitales (Facebook, Twitter, YouTube) y la apertura del periodismo digital hacia la participación del público (a través de comentarios, sugerencias, envío de material), ha suscitado un enorme interés académico e interminables comentarios en la prensa.

Este proceso ha servido de base para pronósticos optimistas sobre el empoderamiento del público como productor/usuario de información (Rosen, 2006), según los cuales es equivocado mantener la distinción tajante entre consumidores pasivos y productores activos de información. Las fronteras entre noticias y participación son cada vez más borrosas. Tal potencial ha sido celebrado por quienes piensan que el periodismo ignoraba tradicionalmente la diversidad de voces de la ciudadanía y las relegaba frente a quienes detentaban poder económico y político. La audiencia, según este argumento, ya no es audiencia sino público activo, con capacidad de generar activamente información y erigirse en contrafigura frente al periodismo convencional (Servaes, 2009). Este tipo de ‘periodismo ciudadano’ es visto como profundamente democratizador no solo en tanto que coloca múltiples perspectivas, sino también porque permite enriquecer y cuestionar la cobertura de la prensa establecida. No solo ofrece alternativas de información, sino que empuja al periodismo a salir de su clásica cerrazón frente al público. Cuando ‘todos somos periodistas’ no solo el periodismo clásico está obligado a cambiar, sino que se abren nuevas expectativas para los modos de participar en política.

Trabajos recientes, sin embargo, muestran que tales expectativas iniciales no capturan adecuadamente las relaciones entre periodismo profesional y periodismo ciudadano. Las conclusiones recientes son mas cautas, sin el optimismo desbordante de hace pocos años. Incluso analistas que originariamente imaginaron un futuro marcado por las contribuciones positivas del periodismo ciudadano a la comunicación política han reconocido recientemente que no es cuestión de un nuevo periodismo suplantando al anterior, sino de complementariedad (Gillmore, 2009) y de co-creación (Deuze, 2009) entre diferentes formas de periodismo. Esta situación se debe tanto al conservadurismo del periodismo profesional como a su actitud reacia frente a los nuevos cambios. Si bien se han ensayado cambios (desde la creación de consejos de lectores hasta secciones dedicadas a información enviada por el público), no hay, por el momento, una revolución absoluta en las prácticas y las normas profesionales. Tal reacción no sorprende si consideramos que cualquier institución, no solo el periodismo, tiende a la inercia y a la preservación más que a abrazar con entusiasmo cualquier innovación, especialmente si esta cuestiona alguno de sus principios básicos o su poder. La cautela y aversión del periodismo frente a los cambios, más que la hospitalidad o el abandono de su privilegiada posición de gatekeeper no solamente no sorprende, sino que obliga a afinar el análisis a fin de examinar los claroscuros en la interacción con nuevas formas de periodismo y comunicación y el dinamismo del encuentro entre las fuerzas de cambio y permanencia.

Al mismo tiempo que es necesario revisar las predicciones recientes sobre un futuro promisorio de democracia de la mano del periodismo ciudadano, es preciso repensar varios otros temas. Una cuestión a reconsiderar es la persistente necesidad que tiene la democracia del periodismo profesional, aquel que regularmente produce información, más allá de sus deficiencias y sesgos y de los méritos del periodismo amateur. La producción de información, especialmente la necesaria para la vida democrática, demanda recursos tanto económicos como humanos destinados de modo continuo. No es cuestión únicamente de la presencia de voces ciudadanas en la esfera pública discutiendo animadamente, sino también de la importancia del periodismo dedicado a recabar, cotejar, analizar y producir información que atañe a la vida ciudadana.

Pocos ‘blogueros’ y otras formas de periodismo alternativo ciudadano tienen la sostenibilidad económica o los recursos para producir información de forma regular y comprehensiva (Pickard, 2006). Esto no implica, como bien se sabe, que el periodismo tradicional no lo haga efectivamente con numerosas limitaciones. Pero aun así, este último tiene una estructura que permite poner atención sobre cuestiones políticas de forma continuada y acceder a información crítica sobre la vida pública.

Debido a que el periodismo ciudadano no reemplaza funciones centrales del periodismo profesional, las condiciones de trabajo imperantes en las redacciones son preocupantes. Tendencias observadas alrededor del mundo como la flexibilización e inestabilidad laboral, el uso frecuente de periodistas freelance y part time y la reducción masiva de personal y de recursos económicos en las redacciones son responsables de la producción de información liviana que, si bien permite completar ediciones diarias y atraer tráfico, genera vacíos informativos que no son fácilmente cubiertos por el periodismo amateur.

Otra cuestión a reconsiderar es la articulación entre la comunicación en la Web 2.0 y las políticas públicas: la pluralización de instancias de producción de información y la conexión de circuitos de debate en redes sociales no dan cuenta de los desafíos de la incidencia en políticas que afectan a la vida cotidiana de los ciudadanos. No es cuestión simplemente de la consolidación de un sinfín de plataformas de discusión, de la presencia de una esfera pública sólida, plural e irrestricta en términos de oportunidades de conversación. No es un problema solamente de ‘¿quién habla?’, sino además de ‘¿quién escucha?’, ‘¿quién es influenciado?, ‘¿qué consecuencias efectivas tiene la comunicación en la política? Por eso es fundamental entender las conexiones de los argumentos públicos con la decisión, el discurso y las políticas efectivas.

La posibilidad de mayores oportunidades de expresión, de pluralidad de voces (Couldry, 2010; Dahlgren, 2009) no resuelve necesariamente la cuestión de la toma de decisiones en democracia; es decir, de cómo diferentes públicos, especialmente aquellos con menores oportunidades y recursos y tradicionalmente marginados de la toma de decisiones, inciden de forma efectiva en debates amplios que afectan políticas determinadas. Analizar la conexión entre espacios de comunicación ciudadana con debates que articulan el proceso legislativo es fundamental para evitar visiones puramente discursivas que asocian el ideal de comunicación democrática con la posibilidad de expresión, sin ligarlo debidamente con los procesos de decisión.

Finalmente, es preciso reconsiderar la diversidad del periodismo ciudadano para no caer en fáciles categorizaciones y juicios normativos a priori. Por ejemplo, la tendencia a la autorreferencia o a intereses individuales o sectoriales divorciados de dimensiones inclusivas y públicas de cierto periodismo ciudadano en las redes sociales no puede ser automáticamente celebrada en nombre de la supuesta diversidad de expresión. Por el contrario, tales fenómenos sugieren la existencia de islas comunicativas y grupos parcelados con escasa conexión, que no se compaginan con las realidades de la democracia. Lo que está en juego es el futuro de espacios públicos comunes de debate y definición en medio de la dispersión y segregación potenciada por las nuevas tecnologías.

Líneas de investigación

¿Qué ideas podemos inferir de este panorama? Considero tres líneas de investigación importantes para avanzar y refinar el análisis sobre las tendencias observadas.

Sistemas políticos y culturas periodísticas

Una línea de investigación apunta a identificar similitudes y diferencias en la articulación entre periodismo y política a nivel nacional y su impacto tanto en la cobertura de temas determinados como en la formación de ‘espacios informacionales’.

Aquí hay dos preguntas centrales. Una es qué factores explican la persistencia de diferencias, y al mismo tiempo similitudes, en la cobertura política. No tenemos aún argumentos concisos y elegantes que nos permitan generalizar y establecer categóricamente los elementos que explican variaciones entre países. Sabemos que la mayor heterogeneidad ideológica en sistemas parlamentarios que en sistemas presidencialistas explica la diversidad de perspectivas en la cobertura política (Sheafer y Wolfsfeld, 2009). Asimismo, diferencias en las normas y prácticas periodísticas (Benson y Hallin, 2007; Esser, 2008) explican contrastes en la cobertura política.

Si bien en un mundo globalizado el periodismo está conectado a través de múltiples redes profesionales e informativas, ni las normas éticas que rigen el trabajo periodístico cotidiano ni las aspiraciones individuales y colectivas del periodismo son idénticas (Donsbach y Patterson, 2004; Hanitzsch, 2007). La racionalidad de los procesos de decisión en redacciones es eminentemente local, influenciada por la arquitectura del sistema político, factores económicos, expectativas de las audiencias y otros factores.

Esta línea de trabajo tiene varios méritos. En primer lugar, pone en cuestión especulaciones sobre la presunta homogeneización del periodismo bajo la influencia del modelo angloamericano. En segundo lugar, interroga críticamente conclusiones originariamente producidas en EEUU sobre los factores que afectan a la cobertura periodística y ofrecen oportunidades para la exposición a información política, particularmente el rol de las élites políticas en la ‘indexación’ de marcos informativos. La suma de perdurables diferencias de sistemas políticos y normas periodísticas entre países explica variaciones en la selección de noticias y marcos informativos. Cabe preguntar si tales conclusiones se aplican a cualquier tema de la política, ya sea política internacional, finanzas, derechos humanos, inmigración u otros.

Una segunda cuestión atañe a la articulación de sistemas políticos y sistemas de medios en la oferta de oportunidades de información. Estudios recientes concluyen que la presencia de radiodifusión pública en Europa es fundamental para comprender las diferencias en la cobertura de una gama de temas políticos y niveles de conocimiento en los ciudadanos (Aalberg, van Aelst y Curran, 2010; Curran et al., 2009). A pesar de la crisis de los medios públicos, estos siguen ofreciendo mayor y mejor información política. Estas conclusiones tienen importantes implicaciones para entender el rol de los sistemas públicos de medios en un panorama comunicacional notoriamente diferente al original.

Sociedad civil y comunicación política

Una segunda línea de investigación examina las estrategias de la sociedad civil para influir en las condiciones de publicidad en la esfera pública. Este interés fluye de trabajos interesados en entender la participación cívica y la crisis de representación en las democracias contemporánea. La explosión de diferentes formas organizacionales que representan intereses ciudadanos en medio de la ola democrática de las últimas décadas sirve de escenario y de laboratorio a estas discusiones. Suscribiendo la idea de la mediatización de la política, el objetivo es entender los problemas y éxitos de acciones colectivas para ganar presencia en cobertura periodística estrechamente focalizada en las élites políticas y en las cuestiones que preocupan a quienes gozan de mayor poder de noticiabilidad. Asimismo, estos trabajos permiten comprender la sociedad civil sin sentimentalismos y, en cambio, estudiar la participación ciudadana en la comunicación política y sus vínculos con las élites políticas.

Creo importante estudiar este tema a través del análisis de dos tipos de intervenciones ciudadanas en la esfera pública mediatizada: Por un lado, las estrategias que apuntan a ganar espacio de cobertura e influir en los marcos noticiosos. Las conclusiones producidas décadas atrás que presentan movimientos cívicos simplemente capturados negativamente por los sesgos de la lógica periodística son insuficientes para dar cuenta de la complejidad de las formas en la que la sociedad civil interactúa con la prensa (Cottle, 2008). Hay variaciones por países y por temas que no se prestan a conclusiones sencillas. Asimismo, la riqueza de experiencias en la producción de información propia y su vinculación con la ‘gran prensa’ no permite afirmar categóricamente que la ciudadanía, como un todo, sea débil o padezca absoluta dependencia frente al periodismo (Waisbord, 2011). La realidad de la política mediatizada forzó a grupos ciudadanos a desarrollar habilidades y astucias en sus estrategias, con diversa suerte. Como consecuencia, se han observado notables niveles de sofisticación en estrategias de incidencia mediática y política y de movilización social en diversas acciones y campañas que libremente mezclan ideas enraizadas en tradiciones, que incluyen desde las relaciones públicas hasta mecanismos de protesta de movimientos sociales (Fenton, 2010; Van de Donk et al., 2004; Couldry y Curran, 2003). Esto no implica sugerir que la sociedad civil o grupos determinados tengan el mismo poder que las élites políticas en influenciar agendas y marcos periodísticos, sino que es necesario producir análisis minuciosos que den cuenta de oportunidades y problemas.

Otro tipo de intervención alude a las acciones ciudadanas para influir en las prácticas, la ética y las políticas de los medios. Tales acciones abarcan desde los observatorios de noticias hasta la movilización en torno a políticas de información. En un mundo comunicacional cambiante, la emergencia de ‘movimientos sociales de medios’ ofrece posibilidades para entender las condiciones que favorecen la influencia ciudadana sobre legislación y decisiones que afectan la estructura política económica y legal de los medios (Carroll y Hackett, 2006).

Como en la línea de investigación discutida anteriormente, aquí también es importante rescatar el valor del trabajo comparativo a nivel internacional. En principio, la presencia de distintos sistemas de medios y políticos a nivel nacional ofrece diferentes oportunidades para que la movilización ciudadana efectivamente afecte tanto a la producción de información como a las políticas de medios. Ofrecer explicaciones concisas que identifiquen similitudes y variaciones entre temas y países es importante para desarrollar conclusiones teóricas.

Nuevos desafíos normativos

Finalmente, considero necesario discutir el surgimiento de nuevos desafíos normativos como producto de las tendencias en la comunicación política.
La literatura sobre periodismo y política estuvo marcada históricamente por fuertes premisas valorativas y aspiraciones normativas que aún influyen en visiones sobre ‘el deber ser’ de la prensa en democracia. Desde textos clásicos de la filosofía política hasta los estudios fundacionales del campo del siglo XX, los aspectos normativos son inseparables del análisis empírico. Tal imbricación de lo analítico y lo normativo continúa presente en trabajos recientes que proponen guías para el trabajo periodístico y su vinculación con la política (Schudson, 2008). Se propone que para contribuir a la democracia, el periodismo debe cubrir la política de manera menos cínica, contribuir a la información que precisan los ciudadanos, promover la participación, adoptar una postura crítica frente al poder político y económico, generar empatía con diferentes problemas y públicos y presentar una diversidad de perspectivas y asuntos.

No cabe duda de que tales objetivos siguen siendo necesarios para pensar la articulación entre periodismo y política, aun cuando la ecología comunicacional de la democracia es significativamente diferente que en el pasado. La proliferación de plataformas digitales en Internet y televisión no resuelve problemas medulares sobre el vínculo entre democracia e información. Si bien contribuye a la explosión de información de acceso gratuito, la comercialización del periodismo, la crisis económica de la prensa escrita y el poder de los grandes medios de prensa establecidos de concentrar usuarios de Internet (Hindman, 2008) expresan la vigencia del problema de la diversidad y calidad de información.

El cambiante escenario político-comunicacional contemporáneo propone varios desafíos, ante los cuales no existen respuestas sencillas ni marcos normativos que den cuenta fácilmente de sus implicaciones para la vida democrática.

Un desafío surge como efecto del anunciado fin de las audiencias y medios masivos. Se ha sugerido que el fin de la era de la radiodifusión masiva disminuye las posibilidades de que las audiencias encuentren contenidos fuera de sus intereses (Prior, 2007). Hay menores posibilidades de que los ciudadanos tengan exposición y conocimiento incidental sobre información que caiga fuera de sus intereses particulares. En cambio, la televisión masiva ofrecía la posibilidad de que existieran ‘audiencias inadvertientes’, aquellas que al toparse casualmente con información, conocen temas sobre la vida pública.

La multiplicación de la oferta televisiva no solamente implica la reducción de espacios comunes de información, sino que además permite que los televidentes puedan eludir la información política. Es decir, el problema no es la disponibilidad de información, sino la falta de encuentro entre parte de la ciudadanía -especialmente aquella que no tiene gran interés en la política- y determinados contenidos informativos. Esta situación plantea desafíos normativos frente a los cuales no hay ni opciones prácticas de solución ni modelos teóricos que demuestren su impacto para la democracia.

Otro desafío es la consolidación de islas militantes de comunicación acordonadas por diarios, televisión y redes sociales, fenómeno que ha recibido amplia atención en la academia estadounidense en la última década. Tales formaciones están relativamente cerradas a opiniones disonantes y refuerzan sesgos personales e identidades partidarias. Asimismo, promueven filtros partidarios en la selección e interpretación de la información (Baum y Groeling, 2008) y alimentan opiniones hostiles sobre medios con simpatías editoriales contrarias (Coe et al., 2008; Iyengar y Hahn, 2009; Mutz y Martin, 2001). Estudios recientes expresan preocupación frente a estas tendencias, ya que asumen que el fortalecimiento de círculos relativamente cerrados no conduce a la tolerancia, al compromiso y al consenso entre posiciones diferentes que son propias de la democracia, particularmente en sociedades contemporáneas caracterizadas por la enorme diversidad.

Las consecuencias para la política precisan ser analizadas en mayor profundidad. ¿Es la creciente militancia de medios y públicos preocupante? ¿Tiene la agudización de la militancia comunicacional consecuencias tóxicas para la democracia? ¿Cómo reconciliar tales preocupaciones con la idea de que una mayor diversificación e inclusión comunicacional basada en identidades socioculturales es deseable para la democracia multicultural? ¿Qué fragmentación es positiva o negativa para la democracia?

Aquí creo que es fundamental adoptar un enfoque comparativo, que sigue estando ampliamente ausente en este debate. Si consideramos que la prensa partidaria tiene una larga historia en las democracias europeas, las limitaciones del fortalecimiento de circuitos comunicacionales de públicos militantes no son claras, o por lo menos es difícil deducir sus aspectos necesariamente negativos para la democracia tout court. Si el problema es que tales dinámicas aceleran la polarización de identidades, participación y opinión ciudadana, sus implicaciones en diferentes contextos políticos tampoco son obvias.

Otro desafío está vinculado al punto anterior: ¿Cuáles son las consecuencias de la prensa ideológica para la democracia? Durante gran parte del siglo pasado, el modelo angloamericano de periodismo estuvo orientado por los ideales de neutralidad y bien público y el rechazo explícito de la prensa partidaria. Si existe una tendencia a la consolidación del periodismo y la comunicación partidarios e ideológicos en la Web 2.0, ¿cuáles son sus efectos? ¿Cómo reconciliar los objetivos de pluralismo, crítica, empatía y participación con periodismos que persiguen puramente causas ideológicas y verdades partidarias? ¿Qué modelo de periodismo o sistema de medios es más adecuado para promover tales objetivos? No tenemos respuestas unánimes o sólidas para responder categóricamente a estas preguntas, en parte porque, a pesar de la inconmensurable cantidad de escritos sobre la relación entre prensa, periodismo y democracia, no hay modelos normativos claros que efectivamente establezcan con evidencia inobjetable que, por ejemplo, el modelo de información que toma distancia de pertenencias partidarias e ideológicas se ajusta mejor que el modelo activista o militante para promover ideales democráticos, mas allá del contexto político, cultural o social.

Asimismo, las tendencias en el escenario político-comunicacional dejan planteadas preguntas sobre participación mediatizada ante las cuales no existen respuestas categóricas. ¿Son los populares formatos de noticia-entretenimiento (llamados ‘noticias blandas’) efectivos en promover el interés y la participación política en épocas de creciente desinterés y apatía? (Baym, 2001; Baum, 2003). ¿Bajo qué circunstancias las nuevas tecnologías de la comunicación y las redes sociales se convierten en herramientas fundamentales para facilitar el debate y la participación activa?

Hacia una agenda de investigación comparada y cosmopolita

Los problemas que plantean estas tres líneas de investigación requieren de un análisis comparativo guiado por preguntas teóricas comunes. ¿Qué tipo de investigación comparada se necesita?

Una estrategia es comparar coberturas de diferentes tipos de procesos y actores políticos. Gran parte de la literatura y de los argumentos que definieron el campo de estudio durante décadas, especialmente originados en Estados Unidos, ofrecen conclusiones que surgen del análisis de la cobertura de un conjunto de temas políticos, fundamentalmente elecciones y guerras. Es necesario, por lo tanto, abrir el abanico de casos para entender si hay aspectos de la cobertura (como el dominio de perspectivas elitistas o la evolución del ciclo noticioso) que se mantienen o varían según, por ejemplo, sean cuestiones vinculadas a políticas de salud, medioambiente, políticas sociales y otras.

Aún no sabemos con certeza si las élites políticas tienen similar poder en la generación y evolución de noticias o marcos informativos más allá del tema particular. Tampoco sabemos si el dominio de las élites es similarmente negativo en tanto limite la variedad de perspectivas o prevenga las oportunidades para reflejar las demandas de la ciudadanía. Comparaciones entre temas de políticas públicas permiten, por ejemplo, entender si las posibilidades de públicos organizados de la sociedad civil de influir en la agenda y los marcos periodísticos son similares o si, en cambio, recurrentemente cumplen un papel secundario frente a la capacidad de las élites de colocar temas noticiables.

Otra estrategia es la comparación entre países. En la última década ha crecido notablemente el interés por la realización de trabajos comparados, particularmente en Europa. Si bien tales enfoques transnacionales son posibles, en gran medida, debido a la existencia de redes profesionales y a la financiación regional, es importante agregar que responden a la convicción de que el estudio de caso, especialmente si está despojado de discusiones teóricas amplias, ofrece contribuciones limitadas. Esto no implica asumir que solamente la investigación comparada tiene mérito, sino enfatizar la necesidad de plantear preguntas empíricas sobre casos particulares y nacionales en discusiones analíticas amplias.

La comparación entre países no solo permite salir del provincianismo académico y fortalecer diálogos internacionales sobre preocupaciones comunes. La metodología comparativa permite llegar a conclusiones más sofisticadas que complejizan tanto el análisis como los argumentos (Esser y Pfetsch, 2004).

La adopción de una perspectiva cosmopolita evita dos problemas que han caracterizado al campo de estudio del periodismo y la política: la presencia de análisis paralelos centrados en las especificidades de cada país (Norris, 2009) y el dominio de argumentos basados en la evidencia de procesos propios de la comunicación política en EEUU. Si recordamos que este último país tiene tanto un sistema político como un sistema de medios bastante particular, que constituye una excepción en el mundo en varios sentidos, vemos los méritos de cotejar casos nacionales y de reevaluar la aplicabilidad de los argumentos.

Finalmente, otro tipo de comparaciones debería profundizar en el análisis de fenómenos y problemas globales. Estos incluyen episodios que reciben atención mundial (desde accidentes naturales hasta sucesos políticos) y problemas que trascienden fronteras de los Estados (cambio climático, energía nuclear, epidemias infecciosas). No solo es necesario analizar cómo el periodismo, aún fuertemente atado a factores locales, puede promover visiones cosmopolitas de desafíos globales (Cottle, 2008), sino que es preciso entender los factores que explican las diferencias en las coberturas.

En conclusión, avances conceptuales y analíticos recientes sugieren las virtudes de perspectivas cosmopolitas en el estudio de la intersección entre periodismo y política. No hay duda de que problemáticas empíricas, limitadas a ciertos contextos nacionales o regionales, seguirán teniendo importancia y atrayendo atención. Esto no elude, sin embargo, la obligación de contextualizar preguntas empíricas en debates teóricos que trasciendan el significado particular de ciertos procesos locales. No hay duda de que desarrollos locales, ya sean los usos populistas de los medios, la cobertura de conflictos sobre la multiculturalidad o la utilización de redes sociales para la movilización política, son enormemente atractivos en tanto que ocupan el centro de la agenda política y periodística presente. Sin embargo, es importante no perder de vista su relevancia teórica y abrir el análisis hacia fenómenos similares en diversas regiones y considerar los aspectos únicos del escenario comunicacional-político de cada país.

Es preciso que la investigación esté guiada por problemas y preguntas conceptuales para producir argumentos relevantes para un debate globalizado. De lo contrario, no solamente perduraría un provincialismo analítico que no contribuye a la elaboración de proposiciones sofisticadas, sino que además ratificaría divisiones geográficas en la producción de conocimiento académico que no están sostenidas en argumentos teóricos.

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NOTAS

1 Véase: http://jou.sagepub.com/content/9/4/465.short – aff-2#aff-2

Artículo extraído del nº 90 de la revista en papel Telos

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