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Tecnoptimismo y tecnorrealismo


Por José de la Peña Aznar

Como aficionado a la historia de la tecnología, tengo recogido abundante material de todas las predicciones que se hicieron tanto a la llegada del telégrafo o de la electricidad a los hogares, como del teléfono y la radio para cambiar la naturaleza humana y de la sociedad y hacerla mejor, dado que aumentaba la comunicación entre los seres humanos. Esto pondría fin a las guerras, resolvería antes los malentendidos y aumentaría la confianza entre los pueblos y la riqueza de todos. No digo que algunas de estas cosas no hayan pasado, pero seguro que también han tenido razones más allá de las tecnologías y, a veces, a pesar de las tecnologías. A esto se le llama tecno-optimismo y he de confesar que respecto a Internet yo estoy o he estado instalado en esta posición durante mucho tiempo.

Varias señales de los últimos meses me han hecho replantearme cómo veo los cambios que Internet está introduciendo en nuestra sociedad y me han llevado a pensar que nos hace falta más pensamiento crítico o todos seguiremos repitiendo y haciendo rebotar las mismas ideas una y otra vez. Ahora lo que Internet va a mejorar en nuestra sociedad es nuestra innovación, nuestra educación, nuestra política y todo lo que podamos imaginar. Sin embargo, el ritmo de cambio tecnológico es tan grande que yo creo que apenas hemos hecho otra cosa que ‘jugar’ con todos estos nuevos juguetes y que todavía no los hemos usado ‘en serio’ para cambiar el mundo. No hace ni cinco años que tenemos redes sociales extendidas a gran parte de la población, unos quince que tenemos móviles e Internet, unos diez con banda ancha y menos de seis que disponemos de móviles capaces de darnos suficiente velocidad como para conectarse a Internet. Es poco tiempo para que entendamos de verdad lo que todo esto significa.

Interrogantes sobre los ganadores

Leía estos días por primera vez El gran interruptor de Nicholas Carr (un importante agujero que tenía en mis lecturas) y, en medio de interesantes analogías y diferencias entre el desarrollo de la red eléctrica y la red de información, iba desgranando algunas preguntas para las que vi que no tenía las respuestas claras, pese a mi optimismo tecno-antropológico. Nicholas Carr fue al inicio de su carrera editor ejecutivo de la prestigiosa Harvard Business Review, donde publicó alguno de sus artículos más polémicos como «IT doesn’t matter» (2003). Sin embargo, es ahora más conocido por la polémica que inició al afirmar que Google nos estaba afectando mentalmente y haciéndonos más superficiales «Is Google making us stupid» (The Atlantic, 2008). Esta afirmación desató un debate, creo que necesario, en el que se mezclaron tanto datos científicos, como convicciones tecno-religiosas o simples ocurrencias. Lo importante es que levantó un tema que requería reflexión y debate publico, y eso es precisamente lo que me ha producido leer El gran interruptor.

Voy a poner un ejemplo para aclarar lo que motiva este artículo. En una de sus páginas puedo leer «La retórica utópica ignora el hecho de que la economía de mercado está subsumiendo rápidamente la economía del regalo». Esto puede parecer abstracto, pero si se pone en el contexto de hablar sobre cómo se reparte la riqueza en Internet y de temas como el crowdsourcing o la innovación abierta que pasan por ser grandes tendencias del modo en que las empresas trabajarán en el futuro y, por tanto, de cómo trabajaremos todos en ese futuro y de cómo nos ganaremos la vida… ¿alguien puede afirmar que todo este esquema no dará lugar a una especie de explotación de mano de obra muy cualificada, pero mal pagada en el futuro? O bien ¿es este el futuro de relaciones laborales que queremos, todos autónomos trabajando por proyectos?

Una de las primeras cosas que Carr muestra es cómo las ‘economías de red’ de Internet concentran en poco tiempo casi toda la audiencia y, por tanto, el poder económico en una o dos empresas de cada categoría. No hay dos grandes buscadores o lugares de venta de libros o de subastas on line, etc. Las economías de red llevan a situaciones en las que generalmente ‘el ganador se lo lleva todo’; en esto se diferencian de las ‘economías de escala o de alcance’ a las que estamos acostumbrados en el mundo económico actual, en el que además unas autoridades velan por que no se formen monopolios o una concentración excesiva de poder económico, algo que, por cierto, todavía no ha afectado a Internet.

Como, además, muchas de estas empresas se basan en un contenido ‘regalado’ por el usuario (contenidos generados por el usuario) -véase, fotos en Flickr o Picassa, búsquedas en Google, clics en el ‘Me gusta’ de Facebook, etc.-, nos encontramos con que los costes variables son bajos y los márgenes y valores en Bolsa de estas empresas son inusuales. Nada de eso sería importante si no destruyeran empleos, pero Carr muestra que destruye y destruirá muchos y además que no son empleos no cualificados, sino empleos del conocimiento (profesores universitarios, periodistas, publicistas, editores…), precisamente del mundo del conocimiento que pensábamos estar creando. En una de las páginas del libro se lee que efectivamente toda tecnología aporta eficiencia económica y esto suele crear riqueza, así ha sido hasta ahora, y por ende empleos. Sin embargo, en los trabajos del conocimiento las cosas no son tan fáciles: «Los trabajos creativos no son como otras mercancías de consumo, y la eficiencia económica que en la mayoría de los mercados sería muy bien recibida, podría tener efectos muchos menos saludables si se aplica a la construcción de bloques culturales».

El mundo que viene

El mundo tras Internet va a ser muy diferente y tal vez no sea todo tan bueno como imaginábamos. El mundo tras la bomba atómica, que fue una gran innovación científica y tecnológica, no fue mejor, pero los seres humanos supieron cómo defenderse de muchas de sus malas consecuencias mediante la reflexión, la movilización y la política. Así, pese a vivir en un mundo convulso, hace 66 años que ningún país agrede a otro con una de estas bombas. No demos por inevitable todo cambio, sobre todo si no nos parece socialmente adecuado. La tecnología ha de estar supeditada a la política, que es el modo que tienen las sociedades democráticas de regular su convivencia y su avance. Al menos, todo esto requiere mucho debate y reflexión y por eso TELOS es un lugar extraordinario para que este debate se dé. El otro día en la reunión del Comité Científico de la revista un consejero apuntó la posibilidad de dedicar un número a «El mundo que viene», y no puedo estar más de acuerdo.

Acabo lo que por su brevedad solo puede ser una llamada de atención, con otra frase que activó mis alertas, tanto como para decidir dedicar este espacio al tema del optimismo y el realismo respecto a las nuevas tecnologías. Aplicando también la economía de la Larga Cola de Chris Anderson al reparto de la riqueza, todo parece indicar ahora que «cada vez más riqueza producida por los mercados terminará probablemente en manos de una pequeña parte reducida de individuos con un talento especial. En la economía de YouTube todo el mundo puede jugar, pero solo unos pocos se llevan el premio».

Con los índices de desempleo que tenemos y siendo la mayor parte de las empresas de servicios de Internet norteamericanas, el de la generación y destrucción de trabajo por las nuevas tecnologías (¿seguirá siendo una ‘destrucción creativa’?) es un reto para el debate. Queda lanzado el guante a la comunidad tanto académica como la que vive en esta nueva revolución. TELOS acogerá este debate.

 

Artículo extraído del nº 89 de la revista en papel Telos

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José de la Peña Aznar

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