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La información ante Chernobyl


Por Pierre Fayard

La catástrofe de Chernobyl resulta reveladora de la gestión comunicativa de las crisis; pero también del control político de la ciencia y la tecnología.

1. UNA CATÁSTROFE DE EFECTOS RETARDADOS

Cinco años después, el problema crucial de la definición y consecuencias de la catástrofe ucraniana sigue sin resolverse. Aunque en la actualidad creemos saber casi con exactitud lo sucedido en Chernobyl durante la noche del 24 al 25 de abril de 1986, periódicamente se producen nuevas irradiaciones en su entorno cercano y en la propia central, al ritmo del envío de los biorrobots encargados de la identificación de su estado y de su… reparación. En cuanto a las extrapolaciones sobre el número probable de víctimas presentes y futuras, ¡sigue variando sobre un factor cien!

En este final del siglo XX, profundamente transformado por los avances en las ciencias y las técnicas, y enormemente dependiente de la energía, Chernobyl choca frontalmente con la noción de progreso y plantea el problema del control político de la tecnología como prioridad de la reflexión. Cada aniversario de esta catástrofe de efectos retardados nos proporciona nuevas indicaciones complementarias y más dramáticas sobre su naturaleza. ¡Es como si un destino pedagogo se ocupara de mostrarlo paso a paso, consciente de que su plena comprensión, en toda su dimensión, no puede ser concebido de golpe ni por el espíritu ni por los sistemas humanos!

De forma casi instantánea, el accidente tuvo como secuela una crisis de la información. Dicha crisis tiene su explicación en el comportamiento de los protagonistas del drama durante las primeras horas, pero también en un conjunto de tensiones y contradicciones preexistentes y relacionadas con la etiqueta nuclear-secreto de Estado. En el ámbito gubernamental, la discreción tiende a extenderse más allá de las propias fronteras… hasta los sucesos que afectan a otros, tan peligroso es revelar las pasiones en este terreno. Habida cuenta del miedo que provoca la cuestión nuclear en la opinión pública y de la dificultad de obtener informaciones, todo incidente da lugar a un caldo de cultivo propicio para la proliferación de rumores.

2. LOS FLUJOS DE INFORMACIÓN EN TIEMPO DE CRISIS

El análisis de la circulación de noticias y comentarios en tiempo de crisis, en este caso una crisis tecnológica de primer orden, clarifica el porqué y el cómo de esta crisis de la información. Dicha circulación puede representarse mediante un esquema concéntrico organizado entre dos extremos: en el centro, los hechos propiamente dichos y en la periferia las audiencias de los medios de información. Entre estos dos polos, el escalonamiento de las sucesivas capas por las que transitan los datos sobre dichos hechos, con sus correspondientes selecciones, filtros, olvidos, comentarios añadidos… En el caso de Chernobyl, el núcleo central de este esquema presenta tres componentes: las explosiones de la noche del 25 al 26 de abril de 1986 en la central, la evolución de la situación en el lugar de los hechos y, finalmente, el desplazamiento de la nube en el hemisferio norte.
En torno a ese núcleo central, un primer círculo, que llamaremos línea de frente, representa la zona de contacto directo con los hechos y agrupa a los actores que disponen de una posibilidad de acceso no mediatizado a los hechos. Según el caso, dicho círculo constituye un espacio más o menos opaco, diverso, controlado o abierto. En el caso de la catástrofe que nos ocupa tuvo una notable homogeneidad, tanto los funcionarios gubernamentales como los expertos y los medios de comunicación soviéticos hablaron con una misma voz. Las únicas vías de acceso directo pero lejano que el mundo occidental mantuvo con la catástrofe procedían de las fotos satélite y de las mediciones de radiactividad efectuadas en las masas de aire procedentes de la URSS. Se trataba de datos en bruto, obtenidos sin interferencia de los restantes componentes de la línea de frente. También dentro de esta línea, pero al margen de su expresión institucionalizada, se sitúa el espacio de los testimonios individuales, cuya solicitación y papel dependerá de las circunstancias. En periodos de crisis, toda retención o discreción excesiva por parte del sistema de información de la línea de frente generará automáticamente la búsqueda de testimonios individuales por parte de los círculos siguientes.

A continuación viene el círculo de los corresponsales, que agrupa a los extranjeros situados en la línea de frente y que se encuentran en el país de la crisis por motivos profesionales o por el azar de los viajes. Para ellos, la obtención de datos sobre los acontecimientos depende de la buena voluntad del primer círculo. En este espacio coinciden el personal de las embajadas, los corresponsales de las agencias de prensa, corresponsales permanentes o enviados especiales, viajantes de comercio o ingenieros, aunque también se incluyen en él los turistas o estudiantes de paso… Esta presencia está sometida a la acreditación de las autoridades de la línea de frente, lo que limita su libertad de expresión y de movimiento. No obstante, los corresponsales pueden disponer de informaciones indirectas debido a su red de relaciones sobre el terreno. Este círculo funciona como la representación del exterior ante la línea de contacto directo con los hechos. La vocación de sus componentes consiste en hacer un drenaje de la información hacia el exterior.

El tercer círculo parece el más denso, el más amplio y el más heterogéneo; lo llamaremos la glosa. Agrupa a todos los que reivindican o se arrogan una autoridad para hablar sobre lo sucedido sin haber estado en el lugar de los hechos: funcionarios del Gobierno, dirigentes de la opinión pública, autoridades morales, expertos de todo tipo, militantes de asociaciones… La esfera predilecta de actividad de esta glosa, y lo que consagra su existencia, son los medios de comunicación. La calidad de la actividad de este tercer círculo depende de la calidad de los flujos de informaciones y comentarios procedentes de los círculos superiores, pero también de la intensidad de la demanda pública. Cuanto mayor sea la penuria informativa, más legitimados están los comentaristas en su producción de hipótesis sobre los hechos.

Por el contrario, cuando la información parece satisfactoria lo que se impone es la transmisión, la continuidad en forma de explicación de textos. La glosa agrupa a todo aquel que piensa, escruta y elucubra de forma profesional sobre el mundo y la sociedad. Este círculo aumenta temporalmente en función de los temas de actualidad, al integrar momentáneamente a los comentaristas cualificados. La importancia y papel de la glosa se ven considerablemente reforzados en la sociedad de consumo de masas.
Por el contrario, cuando el flujo de datos procedentes de los dos primeros círculos es insatisfactorio, y cuando se ha franqueado un umbral de incertidumbre intolerable, la glosa da lugar a verdaderos ectoplasmas informativos, sin más fundamento que el de ser «una hipótesis periodística con pretensión de realidad». Se trata de conjeturas y suposiciones, inicialmente limitadas en el tiempo por un condicional, y cuya vocación consiste en colmar una laguna informativa resultante de la subactividad de los círculos precedentes. El intenso potencial de atención pública, así como la carga emocional propia de los dramas de periodos de crisis, favorocen este tipo de alquimia extrema. Desde su estado de hipótesis, un ectoplasma toma cuerpo y peso en la medida de su aceptación por otros medios, hasta el punto de imponerse como probablemente cierto cuando no hay nada creíble que se le oponga. La longevidad mediática de un condicional periodístico lo transforma indefectiblemente en un género afirmativo: se pasa de parecería a parece, para terminar en un no cabe duda.

En general, un ectoplasma nace de la conjunción de varias fuentes en un contexto de informaciones esperadas pero no producidas. La glosa precipita químicamente diversas fuentes que no son forzosamente de la misma naturaleza -una agencia de prensa norteamericana, un experto japonés, un informe metereológico escandinavo y un testimonio búlgaro- ¡para dar forma a una explicación que al menos tiene el mérito de existir! A falta de alimentos informativos sólidos, fuera de la competencia de otras noticias y del simple hecho de haberse dicho en el lugar de los hechos, un ectoplasma se apropia de los atributos de lo real y se convierte en un polo de suma de comentarios. ¡Desde el momento en que alcanza una cierta amplitud y duración mediática, puede llegar incluso a negar realidad y validez a una relación exacta de los hechos, contando con el apoyo del peso de la glosa! Se trata en ese caso de un mecanismo eminentemente peligroso para quienes han de gestionar la crisis, que confirma la pérdida de iniciativa que padecen. El anticuerpo del ectoplasma es, por supuesto, la información que, difundida en el tiempo deseado, lo devuelve a los limbos malolientes que no tendría que haber abandonado.

Cuando, como en el caso de Chernobyl, una crisis presenta una dimensión planetaria, la glosa de referencia es internacional. La jerarquía de las glosas nacionales es un calco de la correspondiente a la dominación política, económica y cultural. Sus pesos respectivos dependen de su capacidad de influencia, es decir, de su capacidad de producción de imágenes y explicaciones que sean inmediatamente recogidas por otros. El capital de influencia transnacional del New York Time no guarda proporción con el de otros periódicos como Le Monde, El País o The Guardian. Pero la credibilidad de una glosa local puede aumentar después de una primicia inicial, de la revelación de una noticia antes que los demás, como fue el caso de Suecia en el ejemplo que nos ocupa. A los datos y comentarios procedentes de Escandinavia se les concedía espontáneamente una etiqueta de fiabilidad y seriedad.

La función de la glosa consiste en producir sentido, en debatir de manera contradictoria, es decir, orientar la lectura de lo que sucede. Es el campo abierto de las luchas semánticas concernientes a la definición de la realidad. También en este espacio es donde se negocia la agenda, el orden del día o las prioridades de la actualidad. La glosa dice lo que es importante para un país y para su cultura. Establece una clasificación entre lo pertinente y lo accesorio por medio de vivas negociaciones internas. Se ponen en práctica sutiles mecanismos subterráneos para mantenerla en candelero. El conjunto de esta producción constituye la materia prima de lo que será escrito, dicho y puesto en escena en los medios de información. Como buscadores profesionales, los periodistas se basan en gran parte en esas fuentes. Los escritores y locutores de los órganos de información son ante todo el producto de sus círculos de relaciones, de donde extraen análisis y asociaciones de ideas… Para ello combinan sus capacidades de síntesis, su sentido del ritmo y su capacidad de adivinación del sentido del viento.

Llegamos así al círculo de los medios de información, el correspondiente a los productos directamente consumidos por la opinión pública. Se trata de un medio de intensa competencia interna, que oscila entre la personalización y la agenda uniformadora de una actualidad a la que todos contribuyen. La situación de crisis acentúa la dictadura del tiempo real, de la presentación en caliente de los acontecimientos, y tiende a reducir la dimensión crítica de los órganos de información. En dicho círculo se establece una jerarquía interna en función de la capacidad de influencia de cada medio: más o menos a la zaga, más o menos iniciador. Pueden identificarse cadenas de repeticiones en cascada en los diferentes paisajes mediáticos. La producción editorial de los grandes diarios nacionales es asumida y adaptada en los niveles regionales… Al sedimentarse al ritmo de sus ediciones sucesivas,los periódicos de información contribuyen al enriquecimiento de la glosa. El ejemplo típico de este proceso es la revista de prensa radiofónica, establecida a partir de una lectura sistemática de la prensa escrita. Este cuarto círculo realiza de hecho la interconexión entre la glosa y la opinión pública.

3. CATÁSTROFE SIN PRECEDENTES, ACONTECIMIENTO SIN DEFINICIÓN

Antes de examinar, a partir de este esquema, de qué modo los flujos de noticias y comentarios funcionaron con ocasión de Chernobyl, es necesario subrayar un cierto número de características propias del acontecimiento mismo. Este rodeo permitirá comprender mejor el comportamiento de los círculos antes señalados.
Primera característica a destacar: la catástrofe de abril de 1986 no tiene ningún precedente de dimensiones similares. Nadie estaba preparado para hacer frente a este tipo de eventualidad y, en última instancia, nadie creía en ella ni deseaba darle crédito. El problema de su definición misma y del reconocimiento de lo que había sucedido no tuvo ninguna respuesta satisfactoria durante los primeros días. Se hablaba de un accidente, pero sin precisar su alcance. No obstante, en materia nuclear, la referencia extrema, real e histórica, sigue siendo la de las bombas de Hiroshima y Nagasaki. De la ausencia de precedentes de talla semejante se desprendía la ausencia de experiencia en cuanto a los riesgos y consecuencias. Los científicos, técnicos y médicos no disponían de un corpus, resultante de un número suficiente de casos, que les permitiera extrapolar, establecer estadísticas y recomendar las medidas apropiadas. ¡Entre Three Miles Island e Hiroshima, la escala de Richter de los efectos nucleares padecía una cruel carencía de escalones!

Aunque se ha hablado mucho de desinformación a propósito de la cobertura de esta catástrofe, con excesiva frecuencia se olvida que los primeros desinformados fueron sin duda los gobiernos responsables de las opciones electronucleares. Su sistema de valores integraba una confianza excesiva en la tecnología, lo cual les autodesinformó al falsear su percepción de lo que estaba sucediendo: ¡la catástrofe tecnológica más importante del siglo! Sin definición de los hechos y sin competencias y conocimientos previos, el político se encontraba en la peor de las situaciones para afrontar esta catástrofe. Consecuencia de ello fue una especie de lisenkismo informativo que se negaba a ver aquello que no se deseaba nombrar, por ser contrario a su sistema de valores. Pese a ser los padres de la disciplina, los soviéticos no fueron, ni mucho menos, los únicos en adoptar dicha actitud. Los expertos y funcionarios occidentales también tardaron en revelar los incrementos de radiactividad en el aire, es decir, negaron abiertamente su existencia y sus peligros. Una tácita causa común vinculaba a los gobiernos del Este y del Oeste que habían optado por lo nuclear civil, porque el hecho mismo del accidente de Ucrania demostraba en la práctica la posibilidad de ulteriores catátrofes… La línea de frente disponía de aliados objetivos en las glosas occidentales. Esto contribuye a explicar las reticencias, retenciones de información y contradicciones internas en las declaraciones y tomas de postura de los gobiernos de Occidente. Días después de la explosión asistimos a fenómenos de nacionalización de la crisis, que desplazaron el drama de Chernobil hacia los debates nacionales: en favor o en contra de lo nuclear civil.

En el imaginario colectivo occidental, el drama de abril de 1986 era tan impalpable como la radiactividad misma. Sólo a posteriori se tuvo conocimiento del paso de la nube contaminada pero invisible, es decir, sensorialmente impalpable. ¡Nada permitía distinguir una lechuga radiactiva de una sana! La brutalidad de la catástrofe parecía, de pronto, dar la razón a los argumentos y predicciones apocalípticas de los antinucleares, que no fueron tenidos en cuenta en los años 70. Mientras la victoria del partido pronuclear parecía confirmada en los años 80, después de Chernobil los argumentos de los antis seguían en liza, solos frente al pánico de sus detractores. ¡La paradoja quiso que, ante la pérdida de credibilidad de los partidarios de lo nuclear, algunas asociaciones ecologistas asumieran un papel tranquilizador ante poblaciones que buscaban una brújula y desconfiaban de las explicaciones de los defensores de la nuclearización!

En este proceso, los únicos actores orgánicamente preparados para afrontar el problema fueron los medios. Por naturaleza, lo singular y lo imprevisto constituyen para ellos una fuente de opciones. Los órganos de información disponían del sistema nervioso capaz de adaptarse en tiempo real a ese tipo de configuración de la actualidad. Pero, no obstante, eso no significa que fuesen capaces de obtener informaciones rigurosas.

A la imposibilidad de desplazarse al lugar de los hechos por razones de contaminación radiactiva, se añadían las contaminaciones políticas de la información. Para saber había que recurrir a equipos y expertos estrechamente vinculados a la investigación y explotación de la energía nuclear… y por tanto susceptibles de parcialidad. Ahora bien, en tiempos de crisis y de drama, una puesta en tela de juicio puede transformarse rápidamente en acusación, por poco que el comportamiento de los incriminados haya incurrido en falta o no sea lo suficientemente clara.

4. LO POLÍTICO PIERDE LA INICIATIVA Y LA CRISIS DIRIGE EL BAILE

Lo característico de la catástrofe de Chernobil es también su ausencia de gestión en tiempos de crisis. Desde los primeros días, la línea de frente, centro teóricamente legítimo para la producción de noticias, se desacreditó y enseguida perdió la iniciativa, que fue a localizarse de modo itinerante en el sistema internacional de los medios de información. Las vías occidentales de acceso directo a los hechos, mediante fotos satélite y mediciones de radiactividad del aire, si bien confirmaban la existencia de la catástrofe, eran demasiado difusas como para aportar un conocimiento detallado de la dimensión y evolución de la situación en el lugar de los hechos.

Primera disfunción: las primeras noticias procedían del círculo de los corresponsales. El lunes 28 de abril de 1986, un funcionario sueco declara en Moscú a la agencia británica Reuter que el Gobierno soviético asegura no saber nada sobre la emisión anormal de radiactividad procedente de la URSS. A primeras horas de la tarde de ese mismo día, un comunicado de Associated Press (EE.UU.), fechado en Estocolmo, menciona el incremento medido sobre territorio escandinavo. ¡Los primeros datos indicativos no procedían del centro de la catástrofe ni de la línea de frente, sino de la asociación de expertos y funcionarios suecos y de dos agencias internacionales occidentales! Sólo en un tercer momento la agencia TASS publica un comunicado, a las 17 horas GTM (meridiano de Greenwich), reconociendo la existencia de un accidente limitado y la ayuda proporcionada a víctimas cuyo número se desconoce. Media hora más tarde, los soviéticos pierden toda credibilidad al anunciar (TASS) que se trata del primer accidente nuclear de la URSS y que antes se habían producido otros en otros países!
En cuanto a la primera conferencia de prensa de Gorbachov, ¡habrá que esperar hasta el 14 de mayo!

En toda crisis o catástrofe, durante las primeras horas se establece un filtro de lectura, una fotografía inicial elaborada a partir del comportamiento de cada uno de los protagonistas. Una vez establecido, ese filtro funciona como decodificador de todo lo que sucede después. Posteriormente es muy difícil modificar los reflejos de lectura. Eso requiere mucha energía y tiempo, productos poco disponibles en periodos de crisis.

En el caso de Chernobyl,ese filtro establece en negativo una duda sistemática sobre la palabra oficial soviética, que ha disimulado la verdad, pese a la responsabilidad de la URSS en el drama. Por el contrario, y en positivo, las agencias de prensa occidentales y las autoridades escandinavas son sobrevaloradas por el hecho de haber revelado la noticia.
Este descrédito de la palabra oficial soviética perdurará y ninguna declaración posterior podrá vencerlo. Desde entonces, para el público, cuando los soviéticos hablaban, quería decir que, sintiéndose obligados a ello, aprovechaban para escamotear otros datos, mientras que, si guardaban silencio, era la prueba de que ocultaban la verdad… ¡La crisis dirigía el baile! Pero en Occidente, por parte de los gobiernos, la glasnot no estaba mucho más avanzada, hasta el punto de que determinados países, entre ellos Francia, bloquearon la publicación de las mediciones de radiactividad durante dos semanas. Incluso pudimos ver a ministros de un mismo gabinete sosteniendo posturas opuestas según estuviesen a cargo de la agricultura, la salud, la economía o el medio ambiente. ¡Las recomendaciones fueron desde la negación del peligro hasta las prescripciones de destrucción de cosechas y cierre de fronteras (Bélgica, Italia…)!

Frente a la incomodidad de expertos y funcionarios tanto del Este como del Oeste, los medios de comunicación volvieron a encontrarse en primera fila de la explicación y seguimiento del acontecimiento, pero sin la baza esencial del periodismo: la de encontrarse en el lugar de los hechos. La tradicional distinción entre hechos y comentarios no pudo funcionar en el marco de esta catástrofe. En la penuria informativa, los comentarios se imponían paradójicamente para aproximarse a la realidad de los hechos, dado que nadie parecía saber nada! La situación era ideal para una sobreactivación de la glosa, que ofrecía una riqueza desmesurada en contraste con la penuria informativa persistente en la línea de frente. Ante la pérdida de iniciativa de lo político, la atención pública se desplazó hacia los medios. A ellos incumbía proporcionar explicaciones sobre una realidad muy parcialmente accesible, sobre sus consecuencias y medios de prevención, ¡pero todo ello sin disponer de los medios para dicha producción! Tuvieron, por tanto, que beber en las fuentes de una glosa internacional en la que expertos y funcionarios se sentían a disgusto. El derecho al error, al que se recurre con rapidez en caso de abuso, es tolerado en los medios de información que lo equilibran mediante el derecho de réplica y la posibilidad de rectificación en ediciones posteriores. En cambio, se concede muy pocas veces este privilegio al político, de quien se exigen declaraciones definitivas.

La crisis de información posterior a Chernobyl se explica, en primer lugar, por la deserción y pérdida de credibilidad del sistema de información de la línea de frente. Privados de referencias sólidas y de posturas a discutir, la glosa y los medios tuvieron que buscar en otra parte, sin una brújula referencial determinada. Esta casi imposibilidad de acumulación de datos y juicios sobre la catástrofe ponía permanentemente en cuestión su definición, al ritmo de las nuevas emisiones de las agencias, de la glosa y del rumor. La definición del acontecimiento y de sus secuelas seguía siendo itinerante, no lineal y en permanente vuelta a empezar. Todo juicio, comentario y testimonio, de un día para otro, podía aspirar a convertirse por un tiempo en el centro de la definición. Además de la vigilancia periodística ejercida sobre todo lo publicado en la prensa internacional, el círculo de los corresponsales fue muy solicitado. Los medios de comunicación occidentales funcionaron como un gigantesco dispositivo de búsqueda de datos, y finalmente se encontraron con elementos no organizados de la línea de frente. La necesidad dio paso a los testimonios, sin que el cruce de fuentes pudiese verificar su validez. Se podría casi evocar el cruce de rumores, lo cual parece muy poco periodístico.

En semejante situación podía decirse cualquier cosa, como esa información suministrada por la agencia norteamericana UPI, que informaba que, según un testigo ucranio, habría 2.000 muertos. Este comunicado pasó por las redacciones de todo el planeta, fuera del bloque del Este. No se trataba de un ectoplasma, sino de una cifra que cuadraba más exactamente con la idea de la glosa y de la opinión pública sobre la dimensión de la catástrofe. Paradójicamente para los soviéticos, la información exacta de los dos muertos del sábado 26 de abril no contribuyó a reforzar su credibilidad, en tanto que parecía desproporcionada en relación con la gravedad del suceso. El hecho de que hubiese que esperar dos semanas para que esa falsa noticia distribuida por UPI fuese oficialmente desmentida, ilustra claramente que la crisis llevaba la iniciativa y dominaba la situación.
El clima era propicio para los rumores, ya que no se les podía hacer frente con nada creíble. Referencias a conversaciones de los radioaficionados ucranios, israelíes, japoneses… se codeaban en la prensa con declaraciones de testigos soviéticos que daban cuenta «de la sangre fría de la población que confiaba en sus dirigentes…» El umbral del realismo fue rápidamente sobrepasado, mientras que se reafirmaba la presión del drama y persistía la penuria de las fuentes directas. Se hacía más profunda la separación entre los cálculos sobre la dimensión y concuencias de la catástrofe y la pobreza de las informaciones procedentes del centro de la actualidad.
En lo sucesivo, las tentativas de enfriamiento de las pasiones estaban condenadas al fracaso. A partir de entonces, siempre había algo a mano: las declaraciones alarmistas de un científico japonés, los resultados de una encuesta de médicos americanos,el testimonio de un militante verde alemán, nuevas mediciones de radiactividad… para alimentar el clima de sospecha surgido de esta catástrofe invisible desde Occidente.
Pasado el proceso inicial, la caricaturesca y cómoda oposición Este/Oeste se puso nuevamente en el orden del día. Los soviéticos acusaron a los medios de comunicación capitalistas de propaganda contra la patria del socialismo, y Occidente denunció los engaños y mentiras del Kremlin… Este modelo, experimentado y probado, volvió a situar las políticas en terreno conocido, sin producir, no obstante, ninguna información nueva sobre la catástrofe. De este modo, mediáticamente, el tiempo de emisión estaba ocupado y… el debate sobre lo nuclear civil quedaba difuminado.

5. UNA ENSEÑANZA MEDIÁTICA Y UNA CUESTIÓN POLÍTICA

A partir de aquí es posible extraer dos tipos de conclusiones sobre la catástrofe de Chernobyl: la primera concierne a la gestión mediática de las crisis, la segunda plantea el problema del control político de la ciencia y la tecnología.
La manipulación de los medios de comunicación fue limitada, en la medida en que hubo más omisión que premeditación. La glosa y los medios de comunicación pasaron por la temible prueba de tener que moverse sin unos puntos fijos. Las referencias al funcionamiento de las centrales existentes y a los accidentes anteriores representaban los escasos puntos de apoyo fiables. Pero ese planteamiento indirecto tenía que ver sólo parcialmente con la actualidad.

Los responsables de la gestión de crisis posteriores aprendieron bastante de Chernobyl, como lo atestigua la guerra del Golfo… Ya no se permite que la glosa busque sus propias soluciones y se hace todo lo posible para no llegar a una situación en la que la producción de ectoplasmas o la reactivación de los rumores se impongan como fruto de la necesidad. Por el contrario, se anticipan a las necesidades, se juega con el ritmo, es decir, se saturan los medios de comunicación de datos que estos últimos retransmiten después de una fiable digestión crítica.
La libertad de acción y la iniciativa ya no se escapan tanto de las manos de los gestores que rodean el centro de las crisis de forma hermética, con el propósito de impedir que testimonios individuales y no controlados se abran paso hasta los medios de comunicación. Cuanto más parecido es el color de las noticias al del centro del drama,más auténticas parecen. Una gestión conforme a los intereses de la línea de frente pasa por una comunicación directa y por la alimentación continua de noticias del círculo de corresponsales. Este control de los flujos desde arriba constituye la mejor garantía de orientación de la glosa.

La otra lección no se desprende de la mecánica de la información, sino que se impone como un grave dilema de nuestra época. Se trata del problema del control político de la información especializada. Por naturaleza, la información especializada, al igual que la investigación científica, es ciega e irresponsable, porque ser moral no forma parte del proyecto de la ciencia. Cuando tuvo lugar la primera explosión nuclear experimental en el desierto de Los Alamos, en EE.UU., algunos científicos del programa Manhattan se asustaron ante la potencia liberada, mientras uno de ellos exclamó entonces: «¡Sí, pero qué hermosa manipulación!». Chernobyl vuelve a poner cruelmente de actualidad la máxima que afirma que «ciencia sin conciencia no es más que ruina del alma». Descubrir mecanismos, relaciones de causa a efecto, reproducir artificialmente el funcionamiento de lo real, aplicar leyes identificadas mediante observación y experimentación, es una actividad apasionante para quienes se consagran a ella. Su aplicación, por otra parte, compete a lo político, que escoge y representa lógicamente el interés de la comunidad (…). Pero la ciencia y la técnica confieren poder y, cuando penetran en la sociedad y en la esfera de lo político, acaban por tomarlos como rehenes. Pero los rehenes consienten en serlo, porque ¿quién negaría hoy la necesidad de un suministro energético regular y estable?

Con Chernobyl, lo que se coloca en el banquillo de los acusados es el patinazo tecnocrático, resultante de la Santa Alianza de lo político y lo tecnológico. El debate público se refiere a la cuestión de saber si hay que poner en práctica programas en base a los exclusivos criterios de su posibilidad o de su interés económico y técnico, o si, parafraseando a un gran desaparecido, lo político debe mandar sobre la investigación y sus aplicaciones («el partido debe mandar sobre el fusil», Mao Ze Dong). Ahora bien, tanto la contaminación como la producción de desechos radiactivos que perdurarán durante centenares de años son el resultado de la mayor irresponsabilidad. Se ha traspasado un umbral, el de la puesta a punto de dispositivos no reversibles a escala de generaciones humanas.

Podemos, finalmente, preguntarnos si los ciudadanos están hoy en día mejor informados, si disponen de mayor poder sobre las opciones tecnológicas o si únicamente los gestores aprendieron algo de la comunicación en tiempos de crisis. Si la irresponsable especialización en comunicación no refuerza,de ahora en adelante, todavía más, el poder de la tecnocracia. Jean-Marc Levy Leblond sostiene que «no existe progreso de la democracia al margen del progreso de la cultura». Ahora bien, tanto la democracia como la información o el control político de las opciones científicas y técnicas son más el signo de un combate y de un proceso continuo que de un estado de hecho adquirido de forma definitiva. Los fundamentos de los contrapoderes periodísticos o parlamentarios residen, en primer lugar, en la capacidad de una sociedad para plantearse y poner sobre el tapete los problemas que después pasarán a los medios. Pero no habría que confundir el debate en los espejos sociopolíticos que son los medios de comunicación con la realidad del poder que sufre las presiones de potentes grupos (lobbies). El problema del control político de la ciencia y de la técnica no es menos urgente, y ahí estará cada aniversario de la catástrofe de Chernobyl para recordárnoslo.
N. del T.: El autor utiliza el término glosa como sinónimo de comentario, crítica o rumor, como el conjunto de comentarios o críticas en torno a un acontecimiento determinado.

Traducción: Antonio Fernández Lera

Artículo extraído del nº 29 de la revista en papel Telos

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